lunes, 1 de septiembre de 2008

La carta que no envió

Hola: Te dejo un texto de esos que leí alguna vez y me capturaron.

Un beso grande

Constance

"En esa tarde, el mundo es una papa en un costal. El costal es el cielo blanco, polvoroso, pequeño, como costalitos que se utilizan para guardar harina. El mundo está prieto, chico, terroso, como acabado de cosechar en no sé qué infinitud agrícola. Me he salido al campo a ver las nubes y alfalfares. Pero he salido casi a la noche, y ya no podré oler los olores de la tarde, táctiles, que se huelen con la piel. El cielo, afilado al vanguardismo, hace de su blancura pulverulenta, nubes redondas de todos los colores que algunas veces parecen pelotas alemanas, y otras, verdaderamente nubes de Norah Borges. Y ahora tengo que oler colores. Y el camino por el que voy se hace un cuadrivio. Y los cuarto caminejos que ha parido el camino chillan como recién nacidos: quieren que se los meza, y el viento, que, al venir la noche, se vuelve un mozo cabaretero, no quiere mecer caminos: el aire se viste pantalones Oxford, y no hay manera de convencerlo de que no es un hombre. Me alejo del cielo. Y, al salir del campo, limitado por urbanizaciones, advierto que el campo está en el cielo: un rebaño de nubes gordas, vellonosísimas, con premios de Exposición, trisca en un cielo verde. Y eso lo veo lejos, tan de lejos, que me meto en la cama a sudar colores".

Martín Adán “La Casa de Cartón”

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