viernes, 9 de octubre de 2009

Anais Nin "Henry Miller su mujer y yo"

En tanto que yo seré siempre la virgen-prostituta, el angel perverso, la mujer siniestra y virtuosa de dos caras?

Su papel en la vida la tiene absorbida. Sé muy bien por qué: su belleza le acarrea dramas y acontecimientos. Las ideas significan poco. Vi en ella una caricatura de personaje teatral y dramático. Disfraz, actitudes, forma de hablar. Es una actriz soberbia. Sólo eso. No he podido llegar a su interior.

Te llevas contigo un reflejo de mí, una parte de mí. Había soñado contigo, deseaba que existieras. Formarás siempre parte de mi vida. Si te amo será porque hemos compartido en algún momento las mismas fantasías, la misma locura, el mismo escenario.

El dolor es para superarlo, no para revolcarse en él.

Me quedé muy quieta tratando de dormime mientras las frases surcaban en mi mente como un ciclón.

¿De veras te molestas las neurosis y enfermedades de June o simplemente maldices lo que te esclavisa?

Ten cuidado –dijo Hugo- de no quedar atrapada en tus imaginaciones. Instilas chispas en otros, los cargas con tus ilusiones y cuando estallan en luminosidades, te conviertes en objeto de un engaño.

Cuando la imaginación y las emociones de una mujer sobrepasan los límites normales, a veces se siente dominada por sentimientos que es incapaz de expresar.

Anaís, anoche cuando llegué a casa pensé que estabas aquí porque olí tu perfume. Te eché de menos. Me di cuenta de que mientras estabas aquí no te había dicho lo maravilloso que era tenerte conmigo. Yo nunca digo esas cosas. Mira, hay un cajón lleno de cosas tuyas, medias. Quiero que dejes el rastro de tu perfume por toda la casa.

He imaginado que como lesbiana podría llevar una vida más libre porque eligiría a una mujer, la protegería, trabajaría para ella, la amaría por su belleza y ella podría amarme como se ama a un hombre, por su talento, por sus hazañas, por su carácter.

Está claro que eres una narcisista. Esa es la razón de ser del diario. Escribir un diario es una enfermedad. Pero está bien. Es muy interesante. No conozco a ninguna mujer que escriba con tanta franqueza.

Aunque quiero ser conquistada, hago todo lo que puedo para conquistar, y cuando he conquistado despierta la ternura y muere la pasión.

Hoy ya he experimentado el placer de herir a Eduardo. Ahora quiero quedarme con Henry y herir a Hugo. No soporto irme a casa sola mientras Henry se va a Clichy. Me atormenta el deseo que no hemos podido satisfacer. Ahora es él el que teme mi locura.

¿Piensas que libertad quiere decir que nos estamos distanciando? Me preguntó con ansiedad. Lo negué. Desde luego, me he apartado de él sexualmente, y, si hay celos en mí, no se deben a una pasión física por él sino a una pura ansia de posesión. Y puesto que no le entrego mi cuerpo en el sentido estricto, tiene pleno derecho a la libertad y más.

¿Qué puedo hacer con mi felicidad? ¿Cómo puedo guardarla, ocultarla, enterrarla donde no la pierda nunca? Quiero arrodillarme mientras cae sobre mí como si fuera lluvia, envolverla con encajes y seda y oprimirla contra mí de nuevo.

No son las mujeres fuertes las que hacen débiles a los hombres, sino los hombres débiles los que hacen a las mujeres excesivamente fuertes.

En todos sus sueños hay tambien una gran ansia de posesión. En el amor es malo ser absorbente y ello sólo se debe a la falta de confianza. Por lo tanto, cuando alguien la comprende y la quiere, usted se siente extraordinariamente agradecida.

Lo que quiere un hombre es creer que una mujer es capaz de amarlo tanto que ningún otro hombre pueda interesarle.

Mentir, naturalmente, es engendrar locura. En cuanto entro en la caverna de mis mentiras, caigo en la oscuridad.

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