viernes, 24 de enero de 2014

ese momento que jamás te contaré

La vi, sí, y en lugar de pasar junto a ella y empujarla o agredirla de alguna manera por todo el dolor que me causó, la dejé caminar con su helado en la mano y con esa curvatura que suelen tener las mujeres que se saben embarazadas y buscan por todos los medios darlo a notar.
A continuación vi como se alejaba, mientras yo que había esperando este momento de verla en persona tanto tiempo, me quedaba anulada sin saber como reaccionar.
Parada en la esquina me preguntaba porque la dejaba ir, qué pasaba conmigo y supongo que al final de todo, al verla y conocerla, sentí lástima de su vida, de su físico, de su estado actual, de tener que embarazarse para que el marido le perdone la infidelidad, como si a los hijos se los usara de carnada para tapar los errores de los adultos, como si un hijo fuera capaz de borrar todos los actos cometidos por los infieles. Querrás tapar el sol con un dedo pensé, pero dichosamente no podrás porque existe una palabra que se llama conciencia y las acciones que se ejecutan no se tapan, ni mucho menos se borran.
Mi oportunidad ya se había acabado y por consiguiente sentí mucha ira y aún más vergüenza de esa mujer, al saber que denigra mi género por tener que vivir solamente para procrear y cuidar hijos, sin poder desarrollar un talento personal que compartir, sin aspiraciones profesionales a futuro, sino más bien teniendo que vivir de los otros para no aburrirse más en esa vida mundana que lleva.
Y al final concluí en que No existe punto de comparación entre ambas, porque ella tiene esa vida, y en cambio yo sí tengo una vida.

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