martes, 30 de octubre de 2007

Marcel Proust “Un amor de Swann"

De todas las maneras en que se produce el amor, de todos los agentes de la diseminación del mal agrado, uno de los más eficaces es sin duda ese gran soplo violento que a veces pasa sobre nuestras cabezas. Entonces el ser que en aquel instante es de nuestro agrado, la suerte esta echada, es el que vamos a amar. Ni siquiera es necesario que antes de entonces nos atrajera más o lo mismo que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación por él se convirtiera en exclusiva. Y esta condición se cumple cuando –en el momento en que lo echamos en falta- se sustituye bruscamente a nosotros la búsqueda de los placeres que nos proporcionaba su atractivo por la ansiosa necesidad que tiene por objeto este mismo ser, una necesidad absurda que las leyes de este mundo hacen imposible de satisfacer y difícil de curar… la necesidad insensata y dolorosa de poseerlo.
(pág. 67)

Eres como un agua inconforme que fluye según la pendiente que encuentra a su paso, un pez si memoria y sin reflexión que mientras viva en su acuario chocará cien veces al día con los cristales que seguirá confundiendo con el agua.
(pág. 156)

Y esa enfermedad que era el amor de Swann se había multiplicado tanto, estaba tan estrechamente mezclada con todas sus costumbres, con todos sus actos, con su pensamiento: con sus salud, con su sueño, con sus vida, incluso con lo que deseaba para después de su muerte, hasta tal punto se había identificado con él, que ya nadie hubiera podido arrancársela sin destruirle también al mismo tiempo casi por completo; como se dice en cirugía, su amor era ya no operable.
(pág. 182)

La supresión de las palabras humanas en vez de dejar que allí reinara la fantasía, como hubiera podido creerse, la había eliminado; nunca el lenguaje hablado fue de una necesidad tan inflexible, ni conoció hasta tal punto la pertinencia de las preguntas, la evidencia de las respuestas.
(pág. 245)

Pero era un neurópata, tal vez mañana llorase si le sabía enfermo, y hoy por celos, por cólera, movido por alguna idea súbita que se había apoderado de él, deseaba hacerle daño.
(pág. 253)

Si hablo de una cosa es porque sé que es verdad, siempre sé mucho más de lo que digo. Pero sólo tú puedes suavizar con tu confesión lo que hace que te odie, mientras sólo me ha sido denunciado por otros. Mi cólera contra ti no se debe a los que has hecho, te lo perdono todo porque te quiero, sino a tu falsedad, a tu absurda falsedad que te empuja a negar cosas que yo sé. Pero ¿cómo quieres que pueda seguir queriéndote cuando veo defiendes y me juras algo que sé que es mentira?
(pág. 261)

Pero todos esos pensamientos no duraron más que un segundo, el tiempo de llevarse la mano al corazón, recobró en seguida el aliento y logró sonreír para disimular su tortura. Inmediatamente volvía a empezar a hacer preguntas. Por que sus celos, que se habían tomado un trabajo que cualquier enemigo no se hubiera en tomarse, para hacer que le asestaran aquel golpe, para que conociera el dolor más cruel que nunca había llegado a sentir, sus celos no consideraban que ya había sufrido demasiado, y se esforzaban por conseguir que recibiera una herida más honda aún
(pág. 264)

Como las diversas casualidades que nos ponen en presencia de ciertas personas no coinciden con el tiempo en el que las queremos, sino que al desbordarlo pueden producirse antes que comience y que se repita tras su final las primeras apariciones que tiene en nuestra vida un ser destinado más tarde a agradarnos, adquiriendo retrospectivamente a nuestros ojos un valor de aviso, de presagio.
(pág. 287)

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